Y por fin Petrovic
fichó por el Madrid y por arte de “birlí birloque” el madridismo, que lo había
odiado hasta la extenuación, lo convirtió en el mayor de sus ídolos y el
antimadridismo que lo había considerado un ídolo, pasó a odiarlo a muerte; los
que durante los años anteriores lo tachaban de provocador por sus gestos y
desplantes, ahora consideraban que su forma de ser era de lo más natural y
aquellos que habían festejado sus maneras, ahora lo etiquetaban como un
autentico provocador. La línea que separa el amor del odio es muy fina y, en
ocasiones, muy fácil de traspasar y eso es lo que ocurrió, atravesó esa línea con
un solo paso e hizo cambiar de parecer a todo el mundo baloncestístico de
España.